En 2001 compramos una huerta, en la rivera del río Víboras, para hacernos una piscina y así hacer más llevadero el veranillo, que en estas tierras aprieta lo suyo. La otra opción era comprar un apartamento en la playa, pero tras sopesar los pros y los contras, nos decantamos por la primera opción. Lo que primó más fue su cercanía y lo poco que me gusta a mí viajar los fines de semana.
Así que adquirido el terreno, yo quería hacer algo diferente a lo que había por la zona. Las huertas estaban casi invadidas por los olivos. Tanto es así, que incluso la nuestra tenía casi 60 plantas. También quedaban algunos vecinos que se dedicaban a la hortaliza y a los frutales. Principalmente melocotón, que está muy rico en esta zona.
Por aquella época, hubo que ayudar en casa de mis padres con la vendimia y de ahí surgió la idea. Durante el mes de enero de 2002 planté 50 cepas de la variedad tempranillo y 25 de la variedad cabernet-sauvignon.
En 2002, en la huerta hubo unas pocas uvas blancas de parras que ya estaban plantadas. Así que decidí probar con ellas, pero todo fue muy precipitado y salieron algo más de 20 litros de vinagre. Con estos antecedentes, toda mi familia pensaba que plantar 75 parras para hacer vino quizás no era la mejor idea. Os podéis imaginar como quedó mi reputación. Mucha guasa hubo en las reuniones familiares, que en nuestro caso son cada semana.
Por fin, llegó el mes de agosto de 2005 con una buena cosecha y con una calidad extraordinaria. Todo fue sobre ruedas. El día de la vendimia, me encontraba con la ayuda de mis sobrinos Iván y David. Hubo que cortar la uva y luego estrujarla con la máquina de forma manual. La familia seguía las tareas a distancia seguros de que el mosto de vinagre no pasaba.
Todo el trabajo de bodega lo hacía según me indicaba un libro que se titula “Cómo se hace un buen vino” del autor Leandro Ibar. Mi agradecimiento desde aquí a su aportación. Recomiendo este libro a todo aquel que quiera iniciarse en este mundillo.
Llegó el mes de marzo de 2006 y en una de las reuniones familiares dí a probar unas jarras de mi vino. Su aprobación fue unánime y desde entonces me miran con otros ojos, ya no soy ese chalado que le ha dado por hacer vinagre.
Incluso mi santa esposa, que hasta entonces me decía que con la inversión que estaba realizando podría comprar muchas-muchísimas botellas de Marqués de Cáceres (y no le faltaba razón), tuvo que reconocer que le gustaba mucho y hasta ahora me anima a seguir.